Este 22 de diciembre se conmemoraron 50 años de una de las misiones más importantes y sin precedentes de la historia de la aeronáutica mundial: el rescate por parte de la Fuerza Aérea de Chile de los rugbistas uruguayos que sobrevivieron 72 días en plena Cordillera de los Andes, luego de estrellarse el avión Fairchild Hiller FH-227D en que viajaban a Chile.
La aeronave había despegado el 12 de octubre del aeropuerto de Carrasco, Montevideo, Uruguay, y tras hacer una escala por mal tiempo en El Plumerillo, Mendoza, continuó al día siguiente su vuelo rumbo al aeropuerto de Cerrillos, con 45 pasajeros, la mayoría integrantes del equipo de rugby del colegio Stella Maris y familiares.
Ante la desaparición de la aeronave, el Centro de Control Aéreo declaró “fase de peligro” y el Servicio de Búsqueda y Salvamento Aéreo de la Fuerza Aérea (SAR) tomó el control de la situación a las 14:50 horas del día 13 de octubre, efectuando 66 misiones sin resultados positivos, con la colaboración del gobierno uruguayo que dispuso de aeronaves para realizar los rastreos.
Fueron más de dos meses de incertidumbre y cuando se pensaba que el macizo andino había sido la tumba definitiva de los deportistas, el 22 de diciembre una noticia estremeció al mundo entero: ¡Había sobrevivientes!
Era el comienzo del fin de una odisea, gracias a que dos de los jóvenes uruguayos -Fernando Parrado y Roberto Canessa- habían caminado entre glaciares por 10 días para buscar ayuda y salvar a sus compañeros, tomando contacto el 20 de diciembre con el arriero chileno Sergio Catalán. La voz de alerta llegó de inmediato telegráficamente al SAR del Grupo de Aviación Nº 10, iniciándose los preparativos del rescate, que en ese momento todavía era de incierto pronóstico.
La misión
Para el salvataje, los helicópteros H-89 y H-91 debieron enfrentar condiciones climáticas adversas, respondiendo a complejas maniobras al límite de sus capacidades técnicas, y que sólo pudieron ser ejecutadas gracias a la experiencia y maestría de sus pilotos y el apoyo técnico de sus tripulantes.
Ese 22 de diciembre se internaron en la montaña, a pesar de que el reloj marcaba las 12:00 del día, hora límite recomendada para volar sobre Los Andes, por los cambios de temperatura y aumento de las turbulencias.
Se configuraron los helicópteros: el H-89 fue pilotado por el Comandante de Escuadrilla (A) Carlos García Monasterio, que perdió la vida en el accidente del vuelo del Douglas DC-6 B, el 24 de julio de 1977, en Puerto Montt. El copiloto de la aeronave fue el Cabo 2º Ramón Canales Cornejo, quien al cumplir 32 años de servicio se retiró de la Institución. Como tripulante fue dispuesto el Cabo 2º Juan Polverelli Hinojosa, quien pasó a retiro como Comandante de Grupo (TI), y la enfermera aérea, Teniente Wilma Korch.
En tanto, el H-91 estuvo pilotado por el Comandante de Escuadrilla (A) Jorge Massa Armijo, quien llegó a ser General de Brigada, recordado como un eximio aviador y que falleció en 2007. Su copiloto fue el Cabo 2º Juan Ruz Jerez, quien alcanzó el grado de Suboficial Mayor de la Institución. Se dispuso como tripulante el Cabo 2º Abel Gálvez Hinojosa, quien al igual que Ruz llegó a ser ingeniero de vuelo de Boeing 707.
El segundo día, 23 de diciembre, se agregó un tercer helicóptero, el H-90, comandado por el Subteniente (A) Mario Ávila Lobos, quien ascendió años más tarde al grado de General de Aviación, y como tripulantes los Cabos 2º Alex Herman Zcerny y Julio Sarmiento Castillo, que participaron de la operación llevando combustible al campamento Alfa instalado en los faldeos de la cordillera en Los Maitenes, frente a San Fernando. Allí se dieron los primeros auxilios a los 14 sobrevivientes, todos en delicado estado de salud por la prolongada permanencia en la nieve donde se refugiaron del frío entre los restos del avión.
La Fuerza Aérea condecoró a los seis tripulantes de los UH-1D que protagonizaron el milagroso rescate con la medalla “Al Valor” por su audacia y capacidad entregada en la operación que implicó arriesgadas maniobras, donde cada uno de ellos cumplió cabalmente el lema del SAR “para que otros puedan vivir”.